Sufrí lo que tenía que sufrir. Lloré lo que tenía que
llorar.
No me arrepiento. Esos espacios de aparente infelicidad son
los futuros motores que te llevarán a entender que eres mejor que las trampas de
ése destino impredecible. Cuando fuiste empujada por la cruel indiferencia,
aprendiste que es bueno medir tu entrega y dar lo que tienes de a pocos. Cuando
alguien sacudió tu corazón con la intención de lastimarlo, te diste cuenta que
duele, pero que después de ese apretón viene la calma, te relajas y sientes que
ya todo pasó, sufriste sí; pero ahora eres consciente que fue un proceso más
para comprender que los tesoros más grandes que guardas no se entregan a
cualquiera. Cuando alguien enjuició tu forma de amar, entendiste que no siempre
todos conceptualizamos al amor en un mismo marco, hay personas que aman más,
otras menos, pero cuando no hay equilibrio de dos, no hay nada. Si amaste más
que el otro, ahora sabes el amor como tal, es un círculo de etapas y todo es de
a dos, si uno corre y el otro sigue mirando a los costados con un caminar lento
jamás llegarán juntos a la meta. Pero ahora lo entiendes. Todo viene y va por
algo, es un motivo para algo que se asoma. Vive los momentos que tienes,
cuídalos como los tesoros más preciados, pero si se tienen que ir suelta tu
mano y bríndale una firme despedida, con la convicción de que tal vez no
volverán pero que cuando estuvieron junto a ti, aprendiste de ellos y ellos
aprendieron de ti.
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