La fe, siempre está viva en el corazón de los hombres, dijo el sacerdote, cuando de pronto se vio interrumpido.
Con pasos firmes, llegó frente el altar y dijo gritando…
A, B, C, D,...
Era un niño el que perturbaba la solemnidad del oficio. Los asistentes se pusieron algo molestos, pero el niño insistió…
A, B, C, D,...
-¡Silencio! - dijo el párroco
El niño pareció despertarse de un trance y miró temeroso a su alrededor, mientras su rostro enrojecía de vergüenza.
-¿Qué haces? -¿No ves que interrumpes nuestras oraciones?
El niño bajó la cabeza y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas...
-¿Dónde está tu madre? - preguntó el sacerdote. ¿No te ha enseñado a escuchar en silencio?
Con la cabeza baja el niño respondió: Perdóneme padre, pero yo no he aprendido a orar. He crecido en la calle, sin padre ni madre. Hoy es Navidad y tenía necesidad de conversar con Dios, pero no sé cómo hacerlo, por eso sólo digo las letras que yo sé. He pensado que allá arriba, ÉL podría tomar esas letras y formar las palabras y las frases que más le gusten.
El niño avergonzado se levantó y dijo: Perdónenme, ya me voy, no quiero molestar a las personas que saben tan bien cómo comunicarse con Dios.
-Ven conmigo, le respondió el sacerdote y tomando al niño por la mano lo condujo al altar. Después se dirigió a los fieles, invitándolos a orar una plegaria muy especial.
-Vamos a dejar que Dios escriba lo que ÉL desea oír. Cada letra que digamos, corresponderá a un momento del año, en el que logramos alguna meta, o en el que luchamos con coraje para alcanzar un sueño, o simplemente a una oración sin palabras. Le pediremos que ponga en orden las letras de nuestra vida. Vamos a pedirle con todo nuestro corazón que esas letras le permitan crear las palabras y las frases que a ÉL le agraden.
Con los ojos cerrados, el sacerdote se puso a orar y toda la gente repitió:
A, B, C, D,...
“Dios no elige personas capacitadas, Él capacita a los elegidos”
leanlo y piensen.
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